Sanguino, Ricardo
Caminó por la Plaza con los ojos muy asombrados.
Venía de lejos.
De unos doscientos años de distancia.
Escapada de una lámina de Billiken, su cara mezclaba las típicas sonrisas de un niño con las más profundas arrugas de quien ha pasado por mucho pasado.
Buscó entre sus ropas y sacó unas cintas coloradas y blancas.
Un par de patriotas se las había regalado como símbolo de la unión y la lucha.
Secó sus lágrimas, apretó las cintas, y las dejó caer sobre una de las tantas veredas tan bien curtidas por el Cabildo.
Paseó su historia por los lugares que la vieron nacer.
Mostró su cara de niña arrugada.
Sonrió y lloró.
Entonces se perdió entre los chicos que agitaban banderas de plástico.
Al fin, pasó.
Y volverá a pasar.